El frío ya era sobrecogedor, no había un alma en la calle -a excepción de esas personas que calientan su cuerpo mediante ese agradable sabor a vino,que nunca perdonan ocasión de degustar, por lo que aún estaban paseando de bar en bar- .
Ella, había llegado cuando empezaba el calor, los pájaros se oían, anochecía tan tarde que casi no veía anochecer... llegó, cuando el pueblo se llenaba de luz, de masas, llegó cuando todo el mundo llegaba... pero no se marchó cuando todo el mundo escapaba...
Era el penúltimo día, ya que como ella dice, jamás se debe decir último por más que lo sea...por que siempre habrá una ocasión más. Entramos en su casa con el semblante helado, nuestra tez ya rojiza y con los primeros síntomas de resfriado, pero a pesar de eso había una pena más grande que todos esos aspectos físicos. Esa pena era...el hecho de que fuera el penúltimo día.
Nos sentamos como de costumbre y...comenzó la charla. Yo la notaba triste de dejar aquí eso que tanto amaba...
Entonces, después de un rato de conversación...me dijo unas palabras que jamás olvidaré, ya que he podido comprobar anterior y posteriormente que eran totalmente ciertas, verdaderas y de todo corazón.
Me contó, que este nuestro pueblo -de ambas- era algo magnífico. Se sentía tan querida, tan amada, se sentía acogida, cuidada... esto era su casa.
Ahí donde estaba, había viajado tanto, tantos preciosos sitios había visitado ya, tantas experiencias buenas y malas había superado... y... después de toda una vida así, seguía manteniendo, que el venir aquí ha sido siempre y será lo que le da fuerza. Lo que le ha alegrado el corazón, le ha apoyado y lo que nunca olvidará.
Este pueblo siempre le dio el calor que necesitaba, las vistas que quería ver, las gaitas que quería oír sonar, las piedras que quería palpar, el vino y los manjares que quería saborear... el amor que quería sentir.
La oía hablar, y por cada palabra que decía, me notaba más segura de que yo me sentía y sentiría siempre igual que ella.
Me dijo, que había visitado y acudido asiduamente a numerosas iglesias, había cambiado de iglesia infinitas veces intentando buscar eso, eso que le daba ésta y que aún no había podido encontrar en ninguna más.
“Madrid es muy grande, como Marruecos, Ginebra, Londres y Francia... pero aún no he encontrado una iglesia que me abrace al entrar por la puerta... que me dé la fe, que me enseñe que de verdad Dios está ahí, abrazándome con esas firmes paredes añoradas.”
Ninguna otra iglesia le había hecho antes desahogarse así, sentirse plena y como en casa, sentir el alma del pecho intentando salir para quedarse entre esas paredes eternamente. Ninguna iglesia le había proporcionado todavía ese peso de cariño, arte, felicidad, amor...sobre sus hombros al entrar.
Llegó el momento de su marcha, vi al pueblo tan triste como cada vez que ella comenzaba el viaje de regreso a su ciudad. Se estaba alejando ya y seguía mirando esa torre que nos daba la hora con sus campanas, se le iban cayendo las lágrimas, casi al compás del segundero del reloj que no dejaba de mirar. Allí, a lo alto.
Sabes? Este pueblo jamás te olvidará tía... este pueblo nunca te dejará marchar, este pueblo llora, llora como tú, cuando nota que te vas.